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Foto: Angel Valdez

Venerables despojos

Publicado: 2011-11-08

Recordada esta calaverita que en vida fue Señorita Luz María q.d.d.g. fue llevada en enero de 1973 hasta Pacasmayo en compañía de LITA SILVA a la que revelo asi llamarse haber fallecido hace 3 siglos 4 días (a 5 de abril de 1673) suplicandole que ella misma la devuelva i coloque en su pueblo Lampa, cumpliendolo estrictamente i con devoción, realizando viaje expreso desde Trujillo a Lampa (avión, tren, autos) 17 de abril de 1974.

Recuerdo reverente de J. V. Belón C. 1/11/1975

Lampa no es cualquier pueblo de Puno, tiene su polvoriento encanto. Los alrededores no se diferencian mucho del resto de los poblados altiplánicos: bandadas de bolsas plásticas atrapadas por los espinosos arbustos de las llanuras eriazas… y muchos perros famélicos.

Después de atravesar una avenida de doble vía con algunas coníferas en la berma central llegamos al damero de casas rosadas que rodean una inmensa iglesia. Entonces Lampa comienza a revelar su verdadera entraña. Allí nacieron Víctor Humareda, exponente mayor del expresionismo incendiario en el arte peruano, y el excéntrico ingeniero y político Enrique Torres Belón quien se hizo construir un mausoleo con la réplica de La Pieta de Miguel Ángel.

En Lampa se guarda un misterio como un silbido en el viento. En el interior de la majestuosa nave de la iglesia, dentro de una pequeña hornacina clausurada con vidrio y madera al abrigo de manos herejes, habita la cabeza de quien fue la señorita LUZ MARÍA (q.d.d.g). Ella es un cráneo limpio y desdentado, ilustre objeto de adoración entre la comunidad más devota de feligreses. Recibe un fervor comparable al de las calaveritas párvulas que se veneran en una cuesta cerca de Ocoña en Arequipa o el milagroso Niño Compadrito del Cusco.

La trascendencia y simbología de los cráneos puede rastrearse en el tiempo. A las cabezas trofeos que colgaban de la cintura de los guerreros Nazca les obstruyeron todos los orificios para evitar que la víctima regrese para vengarse. Es la personificación de la muerte en la cultura barroca colonial, como aquel cráneo que porta en su mano el santo Francisco de Borja en el cuadro Matrimonio de la Ñusta Beatriz y el capitán Martín de Loyola.

En el universo mágico es un medio para apropiarse de los atributos del ser vivo. Tiene valencia como continente del alma y saber del difunto, como guardián o pararrayos contra la fatalidad o como engaño para sortear lo inevitable. Es muy frecuente en toda la región andina guardar un cráneo en el hogar que se asume como perteneciente a un antepasado notable.

La muerte es, para ciertos credos, un viaje. Para casi todos una partida sino un abandono. Queremos impregnar algo del alma a los huesos para temperar el miedo a la pérdida y desaparición. Atribuimos una vida de ultratumba a una reliquia para así conservar un hilo comunicante con el finado. El cráneo es tanto símbolo de la muerte como parte latente del ausente. Por eso quise escribir sobre la afección (y aflicción) que me inspira el desarraigo de este personaje.

LUZ MARIA fue una señorita en estado de pureza velada y enterrada después de su deceso el 5 de abril de 1673. Su cabeza dejó el resto de la osamenta en enero de 1973 y fue obligada a una postrera travesía. No sabemos quien fue el autor de la profanación y subsiguiente disección. Sí sabemos que fue LITA SILVA, la persona responsable del destierro, quien la transportó hasta Pacasmayo por razones desconocidas.

El cráneo de la virgen  exigió regresar a Lampa, deseo que obtuvo un año y tres meses después de haber sido desarraigado. Esta empresa debió significar un prolongado y penoso cortejo fúnebre compartido por ambas mujeres. Para cumplir con el fantasmal reclamo  recorrieron, contra su voluntad, miles de  kilómetros, ida y vuelta. Esta historia, real o ficticia, es narrada a puño y letra por J.V. BELÓN C. en noviembre de 1975.

Además de un acto de profanación este es un caso de  secuestro del sueño eterno. El cráneo de LUZ MARÍA fue trasladado a regiones tan distantes como diferentes. Nunca había abordado un barco ni un avión. Fue envuelto como encomienda para ser entregado a ajetreados bodegueros e ignorado negligentemente por inspectores portuarios.

A LUZ MARÍA le afectó el salitre de la nostalgia y la corrosión de la extranjería. Se mareó con los vaivenes del mar y la presión atmosférica. Le hacían falta su tronco y extremidades. Temió recalar en la mesa de algún inescrupuloso brujo norteño. Extrañó el huracán metálico de las tubas y los trombones de su tierra, el torbellino de las festivas faldas multicolores, el filoso frío puneño que sólo se abriga con sedienta fe.

Por obra y gracia de sus escatológicas exigencias obtuvo, finalmente, la dicha suprema de alojarse, a su regreso, en la única vitrina non sancta de la nave principal del templo de Lampa. Volvió a lo grande; no a las catacumbas anónimas de dónde, seguramente, la extrajeron sino a un lugar honorable en su pueblo de nacimiento. Y así convertirse en objeto de devoción… (Aunque aún falta encontrarse con el resto de su cuerpo).

Otros restos no obtuvieron igual suerte tal cuál ocurrió con miles de osamentas que fueron traficadas desde el medio oriente hacia Europa entre el siglo XII y el XVII con el denominativo de reliquias santas muy probablemente apócrifas.

Como el cuerpo de la niña de hielo entregada al volcán Ampato que alterna su ultratélica sobrevivencia entre un congelador y un frigorífico. O el señor de Sipán prisionero en una pirámide de hormigón. O las momias Paracas y Chachapoyas que aún están de gira regocijando a públicos ávidos de curiosidades.

Como el cuerpo mítico desmembrado de Inkarri cuyos segmentos atraviesan las profundidades para reunirse en el ombligo. O el cuerpo hecho cenizas del cronista mestizo Garcilazo de la Vega que comparte sepultura entre una mezquita cordobesa y la basílica cusqueña. O los restos de Santa Teresita del Niño Jesús que visitaron recientemente el Perú como parte de su tour mundial post morten. O los cráneos despistados que podemos adquirir en la morgue de Lima para prácticas universitarias. O los que son hurtados de sus tumbas por cultores satánicos. O como muchos otros restos óseos anónimos que se irán con el polvo al paso de las retro-excavadoras. ¿Existe la eterna morada?

Pareciera que cuando uno parte tiene que despojarse de lo esencial pero que si volviésemos entonces sólo podríamos habitar  nuestros despojos… Sólo los despojos son eternos.


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Angel Valdez

Un colaborador de lujo de Sophimania.pe