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Detalle retrato de D. Carlos Guainacapac Ynga. Lienzo de la Parroquia de San Cristóbal. Serie de cuadros del CORPUS CHRISTI de la parroquia de Santa Ana en Cusco. Anónimo. 1674 - 1680

Guiños & entuertos

Publicado: 2012-03-05

La perspectiva es un arte de tuertos. Los dibujantes suelen cerrar uno de los ojos cuando enfrentan un paisaje; así anulan la duplicidad ocular que perturba la captura de la imagen en una superficie llana. La ilusión de profundidad en el plano se obtiene mediante el establecimiento de un punto de fuga en una horizontal trazada sobre el papel. Esta artimaña del dibujante es el recurso óptico que se formaliza como un protocolo simbólico del renacimiento.

Y funciona así porque la visión humana es estereoscópica, es decir, vemos a través de dos órganos separados 10 centímetros uno del otro y que superponen parcialmente su cono visual. Este doble visión es utilizada por los niños en un divertido juego donde se cierra alternadamente cada uno de los ojos para percibir un ligero desplazamiento del objeto. Otros animales no cuentan con este dispositivo binocular con conos visuales intersectados que nos otorga, a los mamíferos superiores, una visión en 3D. Las aves, por ejemplo, tienen una visión hemisférica lateral, con mayor campo visual pero sin superposición de los conos visuales, por consiguiente no logran apreciar los volúmenes.

La primera vez que vi la serie de cuadros del Corpus Christi, realizada de manera anónima para la Iglesia de Santa Ana y expuesta actualmente en el Museo de Arte Religioso en Cusco, tuve una conexión inmediata con uno de los personajes. Esta serie de obras alude, por supuesto, al triunfo de la eucaristía católica sobre la idolatría pagana. Es la consagración de la hostia circundada por un halo luminoso como icono eclesiástico victorioso.

En uno de los lienzos, aquel que retrata el cortejo de la parroquia de San Cristóbal de Cusco, Don Carlos Guainacapac Ynga interpela a cada espectador con un guiño inmóvil mientras comanda el séquito. Su protagonismo en este cuadro se debe, muy probablemente, al aporte económico que dio tanto para la realización de la pintura como para la organización del festejo religioso en el que desempeñó el cargo de alférez.

Don Carlos es, según el historiador Luis Eduardo Wuffarden, un "legítimo sucesor del inca Huayna Cápac", fundador de la parroquia de San Cristóbal "en los años posteriores a la conquista". Detalla además dos rasgos propios al retrato del personaje: "el traje… constituye una recreación del atuendo incaico en clave barroca" y "una seña distintiva del personaje es la falta del ojo derecho".

Esta serie de pinturas son un buen ejemplo de cómo los pequeños detalles voluntariamente casuales ponen en jaque la pintura y el sentido total de la ceremonia. Estos cuadros no deben interpretarse como un retrato de la sociedad colonial en el siglo XVII sino más bien como la representación de la mesa de negociaciones entre las elites para posicionarse simbólicamente en el nuevo espectro cultural.

Tal vez el guiño sea un ingrediente aleatorio, efímero y secundario pero es capaz de poner en entredicho el dogma del arte, pasible de transgredir el sentido de la imagen y quebrar el tiempo de conjugación en la narrativa pictórica. Con su parpadeo parcial nos invita a la fiesta, al entrevero de símbolos, a la alteración del orden de por sí convulsionado, con permiso para toda suerte de transformismos, veleidades en medio de la pompa y muchas cosas más en simultáneo.

En la fiesta invocamos temporalmente lo inoportuno para que con su presencia en la celebración, bajo ciertos parámetros, se neutralicen probables futuras apariciones inesperadas.

El guiño es el quiebre de la simetría facial. Ese brevísimo cierre de uno de nuestros ojos es, según mi parecer, un gesto esencialmente barroco: breve y desequilibrante, premeditado aunque pretenda ser casual, expresa confianza en situaciones desventajosas y es tan arrogante así como también irradia cierta distinción.

El guiño ocular es un gesto que invita a la complicidad. Si acaso es discreto puede usarse en un juego de naipes. Por el contrario si es evidente puede ser un acto público de provocación. La persona que lo usa aplica el principio esencial de la seducción que es el dominio de la expresión facial. Un guiño incorrectamente usado puede ser un grosero remedo de su versión afortunada.

Don Carlos Guainacapac Ynga sigue seduciéndonos con su guiño entumecido después de casi trescientos treinta años. Aunque son varios los historiadores que lo describen como tuerto y no guiñando un ojo. A partir de esta afirmación otra trama tan rica y compleja como la anterior se despliega. La pérdida de un ojo puede ser interpretada como falta de fe.

Según reza la historia, condenado San Cristóbal a morir a flechazos, ninguno de los proyectiles impactó en su cuerpo, más bien uno de ellos fue a dar al ojo de su juez, el prefecto Dagón. Finalmente el santo fue decapitado pero antes de morir pronunció un designio para el procurador del César: "El Señor prepara ya mi corona... Cuando la espada separe mi cabeza de mi cuerpo, unge tu ojo con mi sangre, mezclada con el polvo, y al punto quedarás sano. Entonces reconocerás Quién te creó y Quién te ha curado". Dagón siguió las indicaciones y recuperó el ojo perdido razón por la cual se convirtió al cristianismo.

En este cuadro la carencia de visión binocular pudo ser el nexo iconográfico solicitado por el mecenas cusqueño para vincularse con el prefecto romano en la historia de la pasión del santo patrón. Don Carlos se retro-proyectó (o lo indujeron a hacerlo), a partir de su visión disminuida, como protagonista de un hecho milagroso del pasado de la Iglesia. Los curas alentaron estas formas de traslación narrativa desde la hagiografía paleo cristiana hasta el incipiente relato de la nobleza indígena post ocupación.

Pero como en toda proyección, esta no es más que una presencia fantasmagórica. Los nobles amerindios bautizados se encontraban en una situación desventajosa y es flagrante como, en esta fiesta religiosa financiada por los nobles indígenas bautizados, se les excluye de la comunión.

No comen el pan ni beben el vino pero si preparan el festín y se ofrecen como servidumbre de una iglesia imperial que convoca y excluye a la vez, que integra y disgrega, conecta y aísla. La elite indígena recreó en esta conmemoración una mascarada tuerta como disfraz de fiesta.

Angel Valdez

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Angel Valdez

Un colaborador de lujo de Sophimania.pe